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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 23 de julio de 2010

Orejas, orejas / Por José Ramón Márquez

Peyma, en Leganés
Orejas, orejas
José Ramón Márquez

Pobre July. Es que no se me va de la mente el hombre, que es una vergüenza lo que le hacen. Es que uno se rebela ante la injusticia, que no puede ser, hombre. Es que no hay derecho a los robos que le hacen por todas partes y lo del otro día, hasta su propia espada que también le roba, la desagradecida, la traidora, que no se me va de la mente.
Hay que ver la desazón que tengo con el pobre July, que de verdad que no se me va de la cabeza; una figura de época ninguneada como si fuese un don nadie, de las orejas que le roban los presidentes y los asesores, con los ignorantes de los públicos que no las piden con suficiente ahínco y de los tontos que no echan cuentas de que se tienen que llevar a la plaza dos o tres pañuelos para pedir las orejas con las dos manos, con toda la fuerza que sea precisa para convencer a esos presidentes vendidos de que hay que dárselas, que hay que mandar al alguacilillo con una en cada mano a darle el abrazo a Julián, que si no se pone triste. Es que llevo unos días que no levanto cabeza, que no se me va de la mente lo de las orejas.

Y luego, lo del Peyma, el bar de las orejas, la ‘casa de la oreja’, que tiene un letrero en el escaparate que dice 'Se alquila'; que me han dicho que se vio al asesor de Pamplona, a Usechi, por las inmediaciones de la calle Madrid de Leganés y a los pocos días apareció el cartel. Y desaparecido el Peyma y expoliado el July ya se ve que la oreja está como tantas cosas en estos momentos de turbación y mudanza, como los toros en los Països Catalans esos.

La faena de Pedro, el del Peyma, empezaba cuando cocía las orejas, fórmula secreta jamás desvelada, donde las orejas tomaban todo el gusto. Luego, hechas trozos, las ponía en la plancha, que también la mantenía oculta, y ahí las hacía bien despacito, que en esta casa no servía de nada ir con prisas, hasta que se quedaban crujientes y doradas, casi soldados unos trozos con otros. A quien se lo pedía le ponía un golpe de salsa brava por encima. Como nadie es perfecto, Pedro no tenía ni maldita idea de la forma de echar una caña de cerveza. Le salían las cañas llenas de pompas y con una espuma poco densa; mucho carbónico, según dijo un connoiseur en cierta ocasión. En Peyma siempre había que pedir un botellín, pues, ya que la oreja no 'marida' como dicen los cursis estos que hay ahora, con el morapio, aunque sea de la añada no sé qué y de la uva no sé cuantos. A cada cosa, lo suyo.

Bueno, pues ahí andamos empeñados en la caza de la oreja, la oreja perdida del July y la añorada de Pedro, para que al menos el torero tenga donde enjugar sus soledades, sus robos, sus añoranzas desorejadas. En Leganés está el Bar San José en la Avenida de Fuenlabrada, que siempre rivalizó con Peyma; en Madrid están los Paxairiños de Lope de Rueda y el Río Tinto de Virgen del Lluch; en Antonio Leyva está esa extraordinaria creación a base de oreja llamada 'Minutejos', ¿cómo vas a tener reflejos, July, si no comes 'Minutejos'? Y hay muchas más orejas, auténticas orejas de Madrid que no te las da un alguacilillo, ni falta que hace, y que te las sirven en un plato por pocos euros; July, aprende este ascetismo.

En la búsqueda auricular estamos, y bien pronto las noticias orejeras vendrán desde General Ricardos, el amado Carabanchel.

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