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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 17 de septiembre de 2012

Madrid: Concha y Sierra. Los toros de la viuda / Por José Ramón Márquez

Cestero, colorado, chorreado, salpicado y listón, abrió la tarde

Concha y Sierra.
Los toros de la viuda en Madrid

José Ramón Márquez
Anonadados llegamos a la Plaza con las noticias que vvenían de Nimes sobre la gesta homérica que, sin duda, le valdrá a Tomás el PPPP (Prestigioso y Pingüe Premio Paquiro) 2012. Al parecer, además de indultar a un toro que saltó al callejón, ha cortado once orejas de doce posibles y un rabo -cola en Andalucía- simbólico. Imaginamos el paroxismo de la parroquia que sigue al Pétreo de Galapagar, pero dejaremos para mañana comentar toda esa kermesse triunfal.

En Madrid seguimos con los ‘encastes minoritarios’ y hoy tocaba ¡al fin!, una de Concha y Sierra. Ahí andamos siempre preocupados cuatro gatos por esta vacada que ha tenido tantos avatares desde que salió de las manos que la hicieron grande y llegaron a aquella extraña sociedad americana llamada King Rach. 

Toros para poner a prueba el conocimiento de las capas, por su origen vazqueño, castaños, negros, colorados, chorreados, entrepelados, sardos, salineros, toros que se estrenaron en Madrid en 1882 -Lagartijo, Ángel Pastor y Fernando el Gallo-, y que pese a su antigüedad no tienen una leyenda luctuosa como la de Miura, aunque también han dado sus disgustos, pues fue un toro de Concha y Sierra el que dejó tuerto a Desperdicios en El Puerto de Santa María y otro de la misma vacada el que acabó en Madrid a principio de los años cuarenta con la vida de Pascual Márquez. Y para los belmontistas, el recuerdo del toro Barbero, al que el Pasmo de  Triana le hizo la que se considera como su mejor faena en Madrid.

Con los toros de ‘la viuda’ se anunciaron hoy en Las Ventas Iván Abasolo, Ángel Puerta y Jesús Chover, nuevo en esta Plaza.

Puede decirse que la noble corrida de la ce y la ese, para la sensibilidad contemporánea, sólo adoleció de algo de falta de fuerzas. El primer toro, un colorado chorreado salpicado y listón de preciosas hechuras, alto y bien puesto, Cestero, número 18, tenía las justas como para no desplomarse al suelo de forma estruendosa. Fue el más débil del encierro y, al ser el primero, hizo presagiar una tarde de desplome y pañolada verde. En realidad, hay que decirlo, que lo que hoy nos llevó a la Plaza, aparte de la afición que se da por supuesta, fue la ganadería, y en ese sentido la perspectiva del baile de sobreros no parecía muy halagüeña.

La cosa se arregló y puede decirse que ya no hubo otro toro de fuerzas tan tasadas como el primero. La corrida en general no planteó grandes problemas a los matadores, si bien es cierto que alguno de los toros se quedó corto en los viajes a medida que avanzaba la faena, pero a cambio de eso ni había ganas de coger, ni había esas pavorosas miradas que tanto descolocan. En general la disposición de los toros a acudir al caballo fue superior a la habitual en el subgénero borreguero de los ‘encastes mayoritarios’ y a poco que los picadores hubiesen tenido más disposición se habrían podido ver mejores varas de las que se han visto; por contra, la pelea de los animales en el caballo no puede decirse que haya sido de las que hacen época.

Iván Abasolo, otro Iván paisano de Fandiño, en su primero dio impresión de novillero cuajado y firme. Eso fue en el debilucho de Cestero. Luego, en su segundo, Campanillo, número 21, un toro serio, largo, alto y bien puesto, negro meano, algo le pasó. Brindó al público, se puso de largo, citó y el toro se le arrancó. El torero le pega un telonazo, quedándose descolocado, se mueve para ponerse y le vuelve a citar de largo, el toro acude con presteza y le engancha la muleta, el torero se aparta y desde ahí el toro cambia. Muchas veces se ha visto a toros con casta cambiar de forma muy notable en un mal inicio de faena, al descubrir el artificio que hay con el torero y la muleta, y este es uno de esos casos. Y además el torero que se ha dado cuenta de cómo el toro ha cambiado se desconfía y ya no vuelve a quedarse quieto en todo lo que resta de faena, por lo que puede decirse que aquí, una vez más, fue el toro el que toreó al torero.

Ángel Puerta toreó con gusto y con empaque con la izquierda a su primero, un toro castaño salpicado y listón que atendía por Sorprendedor, número 19. Dio pases sueltos y una buena serie, dejando al toro en el sitio y quedándose cruzado, en la que Puerta bajó la mano y toreó con gran verdad. En seguida se pasó la mano a la derecha, incomprensiblemente, para dar cuatro trapazos y consumir las fuerzas del animal sin ton ni son. Cuando volvió a la izquierda aún volvió a dejar el sello de su gusto, aunque ya el toro se quedaba corto. Le jalearon la estocada al quinto, pero aunque la colocación del estoque era buena, el torero se deshizo de la muleta en el embroque.

Jesús Chover trajo la revolución, súbitamente. Se echó al suelo para recibir a su primero, Magnífico, número 23, un negro salpicado de tipo muy veragüeño, con tres largas de rodillas, llevó al toro al caballo galleando por chicuelinas, quitó por gaoneras y estuvo hecho un auténtico novillero todo el tiempo, dando una torera réplica por faroles de rodillas. Puso dos pares de banderillas con velocidad y en el tercero, subido en el estribo, partió los palos por la mitad contra la barrera (¡cuántos años sin ver eso!) para poner un par de banderillas cortas al quiebro con ansias de agradar. Con todo eso consiguió sacar a la Plaza del habitual sopor, cosa por la que le estamos agradecidos. En el trasteo de muleta la cosa cambió. Chover dio la enésima versión del neotoreo por las afueras, a veces componiendo esa fea alcayata con el cuerpo que es tan ajena a los cánones del buen torero y dejando muchas veces el toro descolocado por torear de manera rectilínea, viéndose obligado a rectificar la posición. En su segundo, Pavito, número 28, colorado salpicado, dio la misma versión que en el anterior. Puso un meritorio par de dentro hacia afuera dándole todas las ventajas al toro y en otro salió trompicado al cuartear con las banderillas cortas al permanecer en la cara del toro intentando clavar, con tal de no pasar en falso. Con la muleta vale exactamente lo dicho antes. Con el estoque no consiguió tumbar al toro y se hinchó a descabellar mientras sonaban los avisos. Casi a punto del tercero, el toro hizo por él, saliendo trompicado y, al volver a la cara del animal, de nuevo el Pavito se abalanzó a por su matador propinándole dos cornadas que le pusieron en las manos del doctor Padrós, dejando al Pavito en las eficaces manos de Ángel Zaragoza, que le descabelló desde el burladero con la maestría de un gran puntillero al que por desgracia apenas vemos en acción, teniendo que soportar a menudo que la impericia de tantos terceros levante a los animales que ya están en el suelo -hoy volvió a pasar-, en vez de dejar a un puntillero de verdad hacer su labor. Y todo por ahorrarse treinta euros.
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