la suerte suprema

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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

jueves, 25 de octubre de 2012

MIGUEL ATIENZA, DE CERCA POR PRIMERA Y ULTIMA VEZ / Por Jesús Cuesta Arana



Creador de la famosa suerte de “la carioca", es decir, de un procedimiento cuya licitud dependía de su correcta administración. Consistía en taparle la salida a los toros mansos y encelarlos una y otra vez.

MIGUEL ATIENZA, 
DE CERCA POR PRIMERA Y ULTIMA VEZ. 

Jesús Cuesta Arana / EL SUR DE LUCES 
Pintor y Escultor 

DEDICATORIA: 
A mi amigo Diego Mateos que desde niño, vivió de cerca la ganadería de Juan Belmonte, hasta que se hizo mayoral por el mapa bravo de Gómez Cardeña. Y luego salió por muchas plazas a picar. Con mi abrazo. 


Miguel Atienza Caro siempre fue el viejo picador, sin tenerse en cuenta los golpes de calendario. Su fisonomía con el paso impasible de los años no cayó nunca en ese pozo profundo de la atronadora y desvalida vejez. Su juventud radicaba en la sencillez con que supo ver y entender la vida. 
En Los Toros de Cossío se dice de él: 
“En su trato particular es sencillote, alegre, franco, bueno”. 
Una gran verdad. La vida del picador trebujenero-jerezano fue larga. Nació el año dos. Paseó de puntillas por este mundo, sin hacerse notar nada más que en su oficio de reunir los toros con la pica. Miguel Atienza fue testigo activo de la llamada Edad de Plata del Toreo (1920-1936). ¡Cuántos renglones de memoria taurina hubiera dictado si hubiera encontrado amanuense disponible! La facultad de la memoria jamás le abandonó y sus recuerdos le brotaban como una alfaguara incontinente. Su figura recortadita y el semblante iluminado irradiaba afectividad, ternura. 

Inevitablemente cuando un hombre se apaga sólo nos queda la luz de su pasado y a su historia en una búsqueda del tiempo perdido. Miguel Atienza Caro está escrito en la Historia del Toreo. Creador de la famosa suerte de “la carioca", es decir, de un procedimiento cuya licitud dependía de su correcta administración. Consistía en taparle la salida a los toros mansos y encelarlos una y otra vez. Los puristas pusieron el grito en el cielo. Suerte ésta que no fue asimilada en sus debidos términos por los piqueros contemporáneos en su uso y abuso. Lo que era sólo un recurso a punto estuvo de degenerar en una norma peligrosa para el buen resultado de la lidia. Sólo Atienza desde su sabiduría sobre las querencias de los toros supo entender a las claras que cada toro requiere una lidia; y por ende, una pica. 

Marcial Lalanda, Victoriano de la Serna, Antonio Márquez, Manolete, Aparicio, se beneficiaron de tener en sus cuadrillas a un hombre que con la vara en la mano era capaz y capataz de echarse sobre el morrillo de los toros con el ímpetu justo y la astucia para amoldar las embestidas más broncas y difíciles. En sus manos han estado muchas tardes de gloria es lo mismo; ha puesto pluma y tintero para ayudar a escribir muchas páginas de oro en el Toreo 

Miguel Atienza fue una persona muy sociable con mucho temple de espíritu y siempre descargando una abierta sonrisa para todo el mundo. Hombre sencillo. Llano como la espalda de un violín. Nunca fue caña hueco ni tuvo muñecos en la cabeza. 

Conocí a Miguel Atienza en una feria de Jerez en una Tertulia taurina. Corría el año 1990. Por primera vez y por última vez estreché su mano acerada. Una mano para la eterna memoria del toreo. Me contó muchas cosas. Sus orígenes de hijo de mayoral. Sucedidos de su vida. Sus penas y sus glorias. Su buena suerte. De cuando Juan Belmonte se lo quiso llevar a su cuadrilla por más dinero que ganaba con Marcial Lalanda y le dijo que nanay, que él no abandonaba al maestro por todo el oro del mundo. ¡No ha caído agua desde entonces! Hoy por dinero habla latín y griego el perro. Un libro de par en par trasminando mucha luz y soles vividos. Me habló de Marcial, Fernando Villalón, Rafael de Paula, Jesulín de Ubrique... Me dijo que cuando un torero queda mal lo mejor era el silencio. “Nunca me gustó hablar mal de nadie y menos de los toreros” . 

De mi brazo bajó torpemente unos escalones; sacó de su bolsillo un papelito, una fotocopia de una vieja fotografía suya haciendo "la carioca"; con mano segura estampó su firma,”para que tengas un recuerdo” ¿Su último testimonio escrito? Lástima que no sepa ahora el rumbo de aquel autógrafo. Confió que algún día salga del naufragio o el rebujo de mi desordenado archivo. Luego el viejo picador se perdió en la noche. ¿Cómo poder escribir una elegía a un hombre al que traté sólo por unos instantes? A un viejo héroe al que conocí ya en el otoño pero recién nacido a la amistad. A los pocos días de éste primer encuentro con el viejo piquero las campanas de Jerez sonaron tristes por él. 

Miguel Atienza una dinastía de picadores de altos vuelos. Desde la vida, le están dedicados estos renglones y no desde la muerte. Sólo queda el pesar, el triste pesar de que su memoria. La fronda y borbotón de su memoria se haya ido para siempre. Se fue una memoria para dejar otra memoria fértil de eterno vuelo. A lomos del caballo de pica alado o como Bucéfalo el caballo volador del Quijote, volando se fue Miguel Atienza para sentarse, cada tarde, a la fresquita para contar su vida a la vera del lucero del alba que tanto iluminó –antes de apretar su brazo con los toros– su alma de niño.

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