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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

miércoles, 27 de marzo de 2013

EL REINO DE DIOS EN LA TIERRA / Por JOAQUÍN ALBAICÍN




"...Quizá el problema radique en que Ernesto Cardenal esgrima una concepción “social” del cristianismo y una visión “espiritual” del marxismo. En palabras de Cardenal, hacer la revolución habría de entenderse como una puesta en marcha de la construcción del Reino de Dios en la Tierra… "

EL REINO DE DIOS EN LA TIERRA 

"...Evidentemente, Santa Teresa de Jesús, San Bernardo de Claravall o Fray Luis de León no dedicaron un minuto de su vida a cavar trincheras o pegar carteles, porque no es así como se procede a rescatar el alma de las tinieblas y las llamas del infierno..."

JOAQUÍN ALBAICÍN [1] /Altar Mayor nº 152, Marzo-Abril 2013 

Expresaba el otro día Ernesto Cardenal, en una entrevista [2], su convicción de que ni el cristianismo ni el marxismo han sido puestos jamás en práctica (¡!). Sorprendente, ¿verdad? Si he de ser sincero, no me parece que Lenin no pusiera todo de su parte para imponer el marxismo. Que se lo pregunten –claro, no se puede- a toda la gente que, justamente en aras de tal objetivo, mandó fusilar. Tampoco me parece que todos los milagros de los Santos, de muchos de los cuales existe tanta constancia documental como de cualquier experimento científico, constituyan síntomas de mala asimilación o tibia vivencia de la doctrina cristiana. Mucho menos creo que quepa decir que las teorías económicas de Marx no han disfrutado de oportunidades a granel para demostrar su efectividad. Algo así como cuatro generaciones, es decir, millones de seres humanos, han disfrutado en bastantes países, incluido el más grande del mundo, de la hambruna, la cutrez y la miseria por ellas generadas. 

Quizá el problema radique en que Ernesto Cardenal esgrima una concepción “social” del cristianismo y una visión “espiritual” del marxismo. En palabras de Cardenal, hacer la revolución habría de entenderse como una puesta en marcha de la construcción del Reino de Dios en la Tierra… Y claro, ni el cristianismo –diría yo- persigue fines distintos de la salvación del alma, ni el marxismo tiene en mente objetivos distintos de la implantación del ateísmo y la transformación en proletario de todo bicho viviente. Deducir de dos frases atribuidas a Jesús –y sacadas de su contexto cultural judaico- que Éste fue un furibundo feminista o un revolucionario agrario en la línea de Zapata… O, del hecho de que en los discursos de Lenin o Stalin saliese a menudo a relucir la palabra “cultura”, inferir que el “verdadero” marxismo es un ideal esencialmente poético… Pues nos parece –no sabemos si equivocadamente- una contemplación de la historia de las ideas viciada por una lente bastante empañada y excesivamente candorosa. 

Evidentemente, Santa Teresa de Jesús, San Bernardo de Claravall o Fray Luis de León no dedicaron un minuto de su vida a cavar trincheras o pegar carteles, porque no es así como se procede a rescatar el alma de las tinieblas y las llamas del infierno. Igualmente, Lenin, Khruschev o Dzherzhinsky se encontraban demasiado ocupados deportando gente a los gulags y haciendo funcionar la maquinaria exterminadora como para preguntar a los curas su opinión al respecto. 

Me suena, en fin, muy cuestionable que Stalin, Enver Hoxha, Ceausescu, Kim Jong Il, Mao o Brezhnev, así como los capacitadísimos cuadros de economistas, científicos y agentes secretos al servicio de los Estados por ellos dirigidos, no fuesen marxistas. No tengo noticias de que hablasen nunca de la edificación del Reino de Dios en la Tierra. El mismo Ernesto Cardenal ocupó el cargo de Ministro de Cultura de Nicaragua, etapa durante la cual se rodearía, supongo, de gente con sus mismas aspiraciones. No creo que proceda acusar a la banca neoyorquina de impedirle “llevar a la práctica”, en su ámbito, su particular concepción del marxismo durante el tiempo en que ostentó esa responsabilidad. Y dudo que él mismo esperara que los yuppies de Manhattan fuesen a financiar sus proyectos, empezando por ese tan ambicioso de extender en la Tierra en Reino de Dios, tan fuera de contexto tanto en el mundo de las finanzas capitalistas como en el de las socialistas. Lo que pasa es que, aplicando las tesis de Marx, resulta bastante difícil que ni Cardenal ni nadie quede contento con los resultados, porque hay cosas que no pueden gustar a nadie. 

Por otra parte, resulta evidente que, quien toca con las yemas de los dedos el corazón de una doctrina o una idea y es, por eso, capaz de extraer de ella una iluminación esencial, forma indefectiblemente parte de una minoría. En el mundo hay más malas personas que buenas, más Sanchos que Quijotes y más zoquetes que genios. Agrade o no, ni la salvación del alma ni la justicia social –sea lo que sea lo que por esto último se entienda- pueden ser nunca obtenidas ni suministradas en serie. 

Dicho sea todo esto con mis más sinceros respetos al poeta con duende y el hombre honesto que es Ernesto Cardenal (cuya figura, no sé si por las canas eternas o por el grado de pasión empeñado en el debate consigo mismo, siempre he asociado de un modo más instintivo que razonado a la de Raimon Panikkar). 








[1] JOAQUÍN ALBAICÍN es escritor, conferenciante y cronista de la vida artística, autor de –entre otras obras- En pos del Sol: los gitanos en la historia, el mito y la leyenda (Obelisco), La serpiente terrenal (Anagrama) y Diario de un paulista (El Europeo). Sus artículos de opinión pueden leerse regularmente en el diario El Imparcial (www.elimparcial.es). 




[2] Entrevista de Javier Ronchel en Diario de Sevilla de 8-VI-2012.

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