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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

jueves, 19 de junio de 2014

Mi querida España / Por Jorge Bustos

Andrés Iniesta, Iker Casillas y Fernando Torres abandonan el terreno de juego de Maracaná/ Getty


"...Vicente del Bosque, caballero de la triste figura en Maracaná para los restos, no quiso negociar con la realidad como Alonso Quijano no quiso hacerlo con los molinos. Pero al final siguen siendo molinos. Y La Roja se ha estrellado contra ellos..."

Mi querida España
  • "¿Qué le pasa a España?", gritaba Carreño, experto en aborígenes según la guía mundialista de Mediaset. Lo que le tenía que pasar y callábais, querido.

Se puede caer con más dignidad, pero no con menos autocrítica. España terminó su ciclo triunfal con una aparatosidad torera, concluyente, y así como pasó de la leyenda negra a la rosa sin matices, anoche volvió de golpe a pintarse el blasón de hollín, de manera que solo la proclamación del rey Felipe proporciona hoy un motivo de exhibición a la rojigualda. Esta brusquedad nuestra, idiosincrásica, se explica por la inexistencia de la autocrítica, por la sobreabundancia de la adulación, por la secular victoria del amiguismo sobre la meritocracia, por la obsesión hegeliana con la Idea Innegociable de Nuestro Juego, por la hipoteca del estatus en detrimento de la calidad. Vicente del Bosque, caballero de la triste figura en Maracaná para los restos, no quiso negociar con la realidad como Alonso Quijano no quiso hacerlo con los molinos. Pero al final siguen siendo molinos. Y La Roja se ha estrellado contra ellos: el peor Mundial de su historia en números redondos.

Lo dijo el papa Francisco: "La única diferencia entre el protocolo y el terrorismo es que con el terrorismo se puede negociar". Pero en La Roja, como en todo, ha durado más el protocolo que la grandeza a la que sirve, y aunque pequeñas voces tildadas de radicales señalaban que el rey iba desnudo desde la final de la Confederaciones, nadie estaba dispuesto a renunciar al dulce protocolo de la estrellita pectoral ni a reconocer que Xavi, Casillas, Piqué, Alonso y compañía ya no son amadises sino hidalgos avejentados. Gloria a ellos por lo que dieron. Y oprobio también por su final, porque pudo evitarse la humillación, el astillamiento de lanzas, el revolcón de caballos, las carcajadas inmisericordes del planeta fútbol.

Se puede caer con más dignidad, pero no con menos autocrítica. España terminó su ciclo triunfal con una aparatosidad torera y concluyente

Chile se desató sobre España como el tsunami de Lo Imposible, que arrasó Lo Innegociable. La diferencia es que el ingenioso hidalgo acababa recobrando la cordura en el lecho de muerte, mientras que el campechano marqués declaró tras la debacle: "Hoy el equipo ha demostrado carácter". ¡Ah, qué poca cosa es el carácter cuando se trata de marcar goles! En fin. Corramos un pudoroso velo sobre un espectáculo siempre terrible: el de la pérdida del sentido de la realidad.

La alineación de Javi Martínez y Pedrito parecía atender una petición general, pero ni de lejos fue suficiente. En la primera que tuvo Costa, lento como un burócrata, ya se vio que persistía su crisis de identidad. Tras el Mundial que ha hecho tendrá muy difícil explicar que en realidad no ha jugado para Brasil. Alonso estuvo nefasto, gerontocrático. Da su patapúm y a ver qué pasa, pero ahora ya no pasa nada: o al muñeco o al anfiteatro, o a Costa, que es lo mismo. De una pérdida de balón del tolosarra nació la contra fulminante de los chilenos, que en dos pases de genio malvado dejaron a Vargas ante Casillas, que hoy por hoy es poner a Robin Hood ante el arco iris. Gol. Y es que la última caridad de San Iker es aumentar la ficha de los delanteros que le encaran. El dios de la amargura lloró sobre el estudio de Mediaset: allí nadie podía creerse lo evidente.

Sampaoli, con esa cara de Juan Magán de la táctica, daba órdenes en banda como un derviche, dirigía su orquesta electrolatina para achicarle la pista a los centrocampistas españoles. Chile estaba magníficamente plantado en el césped, tejiendo su madeja de ayudas mecánicas para abortar cualquier fantasía residual de Iniesta o Silva. "El fútbol en realidad está parejo, pero vamos palmando", constataba González.

Aficionados de la selección decepcionados en Madrid / Getty

En breve se desequilibraría aún más. Alexis botó una falta que rechazó Iker adonde no mandan los cánones, pues Casillas nunca fue un portero canónico sino una imprevisible secuencia de milagro y santería. Suave y centradita le quedó la bola a Aránguiz, que la clavó en la red de despectivo punterazo. La zaga, también, a verlas venir. Y vinieron. "¿Qué le pasa a España?", gritaba Carreño, experto en aborígenes según la guía mundialista de Mediaset. Lo que le tenía que pasar y callábais, querido.

La realización se centraba en Del Bosque, caminando por la banda cabizbajo como Suárez bajo los cedros monclovitas. Sacó en la segunda mitad a Koke por Alonso; el papelón para el nuevo, que eso también es muy de aquí. El partido se reanudó en el mismo tono átono, con Silva silbando y Costa tropezando, y casi nos hacíamos la ilusión de vislumbrar a Toquero en el banquillo. Qué falta de gol más pavorosa, señores. La cumbre del dislate fue el fallo de Busquets a puerta vacía tras chilena disparatada de Costa, disciplina que Ramos ha dotado de un nuevo, vistoso y estéril tarzanismo. Dio otro recital del desatino el abracadabrante central sevillano.

"Hay que marcar tres goles", recordaba Carreño, sacando la calculadora. A tal fin calentaba Torres, y era todo como el soneto de Quevedo: "Miré a los Torres de la patria mía...". Acabaría saliendo por Costa, y hay que decir que el equipo, impulsado por Koke y recuperando a Iniesta para la causa, le puso un poco de vergüenza y asedio al choque, sin que llegara por ella a temblar una sola cresta chilena. Arturo Vidal, rey de los ándalos y de los primeros hombres, rebañaba balones en el centro como si emergiera de la tierra, minero del mediocampismo.

"¡Achucha España!", querían los locutores. "Si ahora mismo metiéramos un gol...", calculaba con padecimiento forofo Camacho, a quien una tuitera maléfica imaginó saliendo del set de Telecinco en borrico. Pero peligro, lo que se dice peligro de gol, España no llevaba al área de Bravo, quien por lo demás paró los disparos remoto que, previa consulta al Senado, se atrevieron por fin a realizar Iniesta o Cazorlita en el último cuarto de hora. En ese momento entraron en el bar donde yo veía el partido una pareja de Tedax proveniente del Palacio Real y supe que todo había terminado.

Todavía perdonó Chile la goleada en fulgurantes contras de Alexis e Islaque solo desbarataron los últimos pétalos de la flor de Casillas. Todavía perdonó el árbitro un penalti de Ramos y una roja por plantillazo en el muslo, cosas de la sangre flamenca. Alguna falta lejana, algún arreón final de los nuestros para que no se diga, aunque sabían que se diría. Vaya si se dirá. "Cuando los astros no...", empezó Camacho, a quien no le dejaron acabar. El colegiado concedió seis minutos de agonía innecesaria al objeto de que el macabro humorismo de los españoles tuviera tiempo de preparar los mejores memes para sus grupos de Whatsapp.

Por nuestras peleas con la realidad somos el hazmerreír del deporte rey en el mismo real día en que llevamos al trono al nuevo Soberano. Te quiero, España.

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