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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

miércoles, 8 de noviembre de 2017

En la muerte de Miguel Espinosa, Armillita / por José Ramón Márquez



...la mejor faena de las que en la temporada de 1992 se vieron en Las Ventas. Armillita desplegó un repertorio de puro clasicismo, purísima torería. Primero haciéndose con el toro, metiéndole en su canasto, y después desplegando un repertorio basado en la más auténtica forma de expresar el toreo tanto en lo esencial como en lo accesorio, con guapeza, torería y verdad. Y todo ello teñido de la más portentosa naturalidad..

En la muerte de Miguel Espinosa, Armillita

Armillita en dos tardes. Armillita, ahora que se ha ido, se viene a la memoria en dos tardes: la de la expectación y la de la sorpresa. Expectación en su presentación en Madrid, frustrada por cogida previa en el 78, en la que estaba anunciado con Dámaso González y El Capea, con toros de Cuadri, y confirmación de alternativa el 25 de mayo del 83, con Manolo Vázquez y Manzanares II y baile de corrales con cuatro de Gabriel Rojas, aquellos bombones de Gabriel Rojas con los que tanto se prodigó Curro Romero, y el remiendo de dos de Antonio Ordóñez. Ahí, Armilla, de gris plomo y oro, quizás algo anonadado por el llenazo de Las Ventas, frío y distante, nos trajo un fulgor de verónicas, capoteo mejicano del bueno, y bien poco más. Aquella tarde fue de un Manolo Vázquez asolerado, luciendo una naturalidad y una torería, cuando se confió con el de Gabriel Rojas, que no es comprensible en ningún torero de la hora presente. Manzanares recibió, como siempre, el hosco desprecio de una Plaza que nunca le perdonó sus ventajas, su monopase y su falta de ambición de la buena para ser la figura que debería haber sido. Estaba muy cercana aún su faena al toro Clarín, de Manolo González, el 20 de mayo del 77 y la impresionante lección de toreo caro que dictó aquella tarde el alicantino como para tolerarle sus indecisiones y su apuesta por la estética basada en la ventaja en detrimento de la verdad del toreo.

Y sorpresa de Armilla en la emocionante tarde en que la Plaza de Las Ventas no se llenó para homenajear a Julio Robles, tarde desapacible en la que muchos quisimos acompañar al elegante torero de Fontiveros, el 24 de octubre de 1992. Allí se anunciaron para torear Palomo Linares, Curro Vázquez, Manzanares II, Ortega Cano, Armillita, El Soro, Espartaco, José Miguel Arroyo (Joselito) y un joven Javier Conde, pero la tarde fue por completo de Armillita, que se vino desde Méjico con el noble fin de participar en el homenaje a Robles y de cuajar un novillo de Juan Pedro Domecq que sacó un poco más genio del que normalmente se presupone en esa vacada, con el que el saltillense se vino arriba firmando la que posiblemente sea su mejor faena en España y, con certeza, la mejor faena de las que en la temporada de 1992 se vieron en Las Ventas. Armillita desplegó un repertorio de puro clasicismo, purísima torería. Primero haciéndose con el toro, metiéndole en su canasto, y después desplegando un repertorio basado en la más auténtica forma de expresar el toreo tanto en lo esencial como en lo accesorio, con guapeza, torería y verdad. Y todo ello teñido de la más portentosa naturalidad. Con las series cortas, el pase de pecho de pitón a rabo, el pase del desprecio, los redondos ciñéndose al toro, los ayudados por bajo, Armillita construyó una faena armada que fue aclamada fervorosamente desde el tendido y que nos hizo comprender la clase enorme de este torero al que nunca se vio en España de esa guisa y nos dejó la añoranza para siempre de verle hacer eso en un San Isidro y con un toro, pero todo no se puede tener.

Ahora, quizás demasiado pronto, a sus 59 años, Miguel Espinosa“Armillita Chico”, matador de toros, hijo y hermano de toreros, partió a reunirse con el Creador. Que la tierra le sea leve.

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